Soy de esa generación que piensa
que vale la pena esperar en la voluntad de Dios para un matrimonio.
Soy de los que defiende que es lícito
pasar de los 25 sin casarse mientras se esfuerzan en guardar en santidad sus sentidos, su mente y su cuerpo; que es el templo de Cristo.
Soy de aquellos que han preferido las lágrimas, el nudo en la garganta o el corazón compungido; antes que aceptar una relación que contradice los principios y fundamentos de su fe.
Soy de aquellos que clama a su Dios
por un hogar con propósitos en él,
por una familia que le conozca a él,
por un núcleo familiar que proclame las maravillas de su nombre
y que le honre.
Soy de aquellos que son capaces de pelear consigo mismo
diciendo: No mi voluntad, sino la voluntad de Dios en mi vida.
Soy de los que no les importa que se les vaya el tren,
pues su pensamiento no está sólo en estaciones terrenales,
pues saben que el vehículo de la voluntad de Dios,
les llevará rumbo a un destino eterno.
Soy de los que incluso piden a su Dios continencia:
pues piensan que tiene mayor honra guardarse hasta que mueran
o hasta ser transformados en el levantamiento de la iglesia de Cristo.
Prefiriendo lo primero, antes que ser movidos
por las presiones de su entorno, de sus deseos o concupiscencias,
y tomar una decisión que frustre propósitos y esperanza alcanzables
en esta vida y en la venidera.
Soy de los que se quieren casar una vez para toda la vida.
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