Había un cuadro en la pared, era el recuerdo de algún graduando de lo que fue una fecha especial en su vida. Bastó un segundo para ignorar birrete, toga, diploma y toda la artillería estética con la que se propusieron inmortalizar el momento, en ese pequeño instante sus ojos se habían concentrado en un número; la fecha de graduación de aquel momento. Lo único que puedo exclamar con gran sorpresa fue: ¡cómo ha pasado el tiempo!
Aquella frase se tornó en la llave, con la que abrió varias puertas a diferentes zonas de su vida. ¡Había pasado el tiempo!. Algunas puertas al abrirse le llenaron de alegría, se había esforzado, había sido valiente, obtuvo logros, permaneció en la fe. También, se había caído; pero lo más confortante fue ver aquella fuerza con la que volvió a levantarse.
Sin embargo, su rostro manifestó que fue más el sinsabor que quedó en su boca, cuando apretó sus labios y trago su saliva, pues hubo una puerta en la que observó que había pasado el tiempo y no se había alejado del punto de partida. ¿A qué se debe? no lo sé, no me lo quiso decir, pero sé que lo sabe.
Desde ese momento he querido preguntarle: ¿será que no aprovechaste bien el tiempo, aún sabiendo que los días son malos? Efesios 5: 15-16
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